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Entorno los ojos con sospecha, estrechando sus párpados hasta reducir el mundo a una rendija de escepticismo, dejando circular la verdad en tacañas dosis, aún no se reconcilia con la idea de que dicho páramo comparta tantas similitudes con el manicomio animado donde las esponjas trabajan y los personajes hablan como si hubieran sido criados exclusivamente a base de metanfetaminas y azúcar. Necesitaba irse. Ahora. Si ese no es el infierno, era al menos su sala de espera.
—Mis petuñas no son comida, primer y último aviso– Gruñó de mala gana, apuntándole con el mentón —Ni tampoco juguetes ni pruebas de tiro al blanco ni prisioneras de guerra, mucho menos carnadas para alguna idiotes botánica que se le ocurra a bagori y lala cuando no estoy–
La saliva cae como grava por su garganta arrastrando la duda que la palabra 'hambre' ha sembrado en su pecho. Una de sus cejas se enarca en supina ignorancia, ignota a cual de todas sus respuestas amamanto de verdades a su niña.
Al final le resto importancia, tomando asiento expolvoreo el aire de un eructo de la arena.
—Madre...– sus párpados, hinchados como maletas sobrecargadas
de todo el lloriqueo anterior de bagdeleyne, tambalearon antes de cerrarse a medias, aparcando en la difusa frontera entre un pestañeo y un demorado parpadeo —Tu madre. Sé que lo soy. Todo ser vivo se gana ese título en cuanto escupe al mundo otro reflejo de sí mismo… pero ser madre no es lo mismo que saber serlo. O eso oí de los estúpidos podcast humanos cuando bagori se retorcia entre mi hígado y pataleaba día y noche mi intestino delgado, maldecida niña– Apoyo las manos en la nuca, escrutando el firmamento desde el suelo —Hambre, no se si te ame o no, si te daré las respuestas que glorificas o las inseguridades que mantienes a raya. Lo poco que tengo claro como madre es que no puedo dejar que seas un puto pedazo de estiércol, así que si me vuelves a soltar un "gracias", te juro que te abandono aquí y te me vuelves caminando a casa–
Nadie nace sabiendo ser madre. Menos aún cuando te llamas Desesperación.
Desde el rabillo del ojo, el demonio escudriña el fosforescente vientre de su niña siendo contorneado por sus famélicos dactilares, el acontecimiento es totalmente opacado por la primera sonrisa que demuestran los labios de hambre. No se gana del todo la atención de Desesperación, no hasta que habla. Momento en el que se pone boca abajo y de una flexión de brazos vuelve a estar de pie. Se cachetea las rodillas, limpiándose la arena.
—Lo que quiero entra en guerra con lo que necesito. No es mi responsabilidad amarte. Criarte, sí. Reducir tus posibilidades de morir, también– Cruda realidad, servida como un trago sin hielo, sin siquiera la cortesía de un vaso limpio —Y aunque no necesito amarte, lo quiero. Se me cierra el estomago cuando te veo y la sola idea de que alguien te toque un puto cabello me resulta intolerante. Llámalo amor, llámate mi hija, llámalo una farsa si quieres. No cambiará nada– Se hincó en una rodilla, inclinándose lo justo para que la distancia entre ambas se volviera un filo más que una línea —Porque un demonio hace lo que quiere, no lo que debe–
Retomar de cero su vida, perdonar vidas por rutina, emprender yoga en las mañanas y diplomacia con primates al mediodía; de subyugarse a una moral que ni es suya, todo para evitar que tarados como Nethratis o ese gato de mierda secuestren a bagori o le planten un C4 en los cereales a Hambre… Si eso no es amor, que venga Dios (o quien carajo esté de turno) y lo desmienta.
A cambio la niña rompe en llanto, brea araña sus ojeras y surca sus mejillas, goteando pringosas donde la arena las bebe con indiferencia. Desesperación abre las manos con la incertidumbre de un niño viendo caer un jarrón en cámara lenta, demasiado tarde para atraparlo, demasiado pronto para aceptar que ya está roto. Un reflejo maternal, temprano y mal domeñado, casi la empuja a consolarla, a alzarla y auparsela a los hombros. Un segundo antes se niega a sí misma con la cabeza, sacudiendose ese pensamiento antes de que heche raíces.
—¿Libre?–
Decir que no le hacían gracia las palabras de Hambre era como decir que a los castrados no les hacían gracia los cuchillos. No remedio su menosprecio a Bagori ni remendo sus faltas de respetos a Él, azuzando un austero y recto renglon en sus labios. Por un momento, se abandonó a la cavilación, meditando más de lo debido las palabras de Liam, preguntándose si la criatura engendrada por su vientre es una irrevocablemente encadenada a la gula y al ansia, en todas sus desnutridas facetas y sustancias.
¿Ella la trajo al mundo por y para sufrir? No lo acepta, no lo cree. Ha gestado bondades y fomentado males, y Hambre... Hambre no parece encajar en ninguno. Es otra clase de criatura, una que se aferra a la existencia como una hiedra a la piedra, que resiste, que consume y que, contra toda augurio, persiste. Si ese no fuera el caso, no se hubiera molestado en salvarle el pellejo.
Lo sabe. Hambre no sufre, simplemente es una mocosa idiota que no sabe lo que quiere. Y eso enternece a Desesperación, por que en principio ella fue una mocosa idiota que no sabía lo que quería.
>Vía
<¡Veo la luz!
—Tú, lo que sea, o me dejas tener mi soliloquio innecesariamente largo en paz o deporto tu culo a marte–
La llamo loquesea, como si la palabra le recordará a algo despegado de la suela de su bota.
Esa cosa… ¿cómo la llamaron? ¿Vía castrado? ¿Castrapipi? Se estaba tomando su tiempo para morir o, al menos, en hacer lo decente y desmayarse de una vez.
Por otro lado. Hoy era el día de suerte de la alienigena, ni siquiera Desesperación estaba de humor para rematarla. Al contrario, vuelve a instalar su atención en Hambre y el efecto que su golpe de gracia surte en esta. Círculo a su alrededor para contemplarlo desde todos los angulos, cada segundo indemne a la deshilvanacion refuerza más y más sus sospechas. El consenso es unánime, Hambre es algo lo suficientemente emparentado a un Demonio para que su autoridad no se aplique a ella.
En respuesta, la miró como los gusanos miran la carne podrida. Sonrió con toda el alma, una sonrisa triunfal, refulgente como tres soles en plena sobredosis de litio. A punto de asirse a la niña en brazos, las palabras le brotaron atropelladas, saliendo a tropiezos.
—¡Por fin! ¡AL FIN! Uno de los míos. Te enseñaré todo, Hambre ¡todo! haremos un fiestón, mataré una figura política o a alguien igual de inútil. Celebraré tu Bar Mitzvá ¡y oh! te presentaré a Depravación. Ese tipo es un asco, pero te va a encantar, es un buen ejemplo a seguir ¡Lo ODIO!–
La felicidad no tarda en trastabillar y derrapar de cara al suelo, Hambre urde infitecimales redes que aguijonean todo a su paso, incluyendola. Llegó a pronunciar un: —Hambre, que caraj–. Antes de que el mundo exterior se enfangara, amortajado en negro. Su cuerpo hormigueo y pronto toda sinapsis cayó sedada.
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Una voluminosa pelicula de sudor barnizaba su frente, despertó entre hipitos y arcadas, incautandose el aliento... ¿espera...? Si son más pequeños que los átomos de oxígeno ¿cómo es que Vía respira?
Al unísono la visión de una estrella de mar y una esponja reptiliana bailando hula-hula al son de una melodía hawaiana se le estampó en la retina con absurda claridad. Tránsito el puño por la frente, restregándose la humedad febril probó coser los retazos de su percepción. Algo estaba fuera de lugar. Algo en la textura del aire. Algo no cuadraba.
Desorientada pisa tierra firme masajeandose de a ratos los párpados, llega hasta el bar y abraza con las manos el coco más cercano. Se lo pone a beber de un agujero abierto con el dedo gordo, de a sorbos.
No es consciente de la ausencia de Hambre hasta que llegada su mirada al cielo nocturno, el recuerdo de sus ojos y lágrimas azabache amortigua la caída con su somnolienta memoria.
—¡HAMBRE! ¡PEQUEÑA HIJA DE–
El coco entre sus dedos se astilla con un crujido óseo, detonando en una ráfaga de pulpa y savia. Su mandíbula se tensa, exponiendo los dientes en una enrabietada mueca.
Iba a hablar seriamente con ella cuando la encontrara.
Atentar contra otro demonio, sea de manera directa o accidental, era una falta de etiqueta que rayaba en la blasfemia. Y ni siquiera estaba segura de que truco se valió para ello ¿acaso el cerebro de Dominio Bactracial era así de poderoso? ¿qué estupidez se supone que comió ese día?
<Vía
>Señora Batenkaitos, su hija me curó y me hizo su sirvienta. Usó- usó ese objeto para tocar mi cabeza de formas que nunca podría haber imaginado.
—Umm, osea ¿te violo?–
Uno se esperaba que Erotomania fuera la primera en terminar en la lista de agresores sexuales, escucharlo de Hambre es muy raro.
Solventan el malentendido con todas las piezas del rompecabezas, explicando que Hambre no es solo una agresora sexual, si no una especie de amante pasivoagresiva con rasgos fetichoides de dueña-mascota. Para gustos, colores. Bien por ella.
—¿Osea no te violo?–
Es tan pronto Vía lo confirma o desconfirma que Desesperación se desinfla de un resollo, aliviada, el contexto le aclara todo. Hambre solo la zombifico. Que susto. Ahora saborea un dulce orgullo maternal, lo suficientemente empalagoso como para fingir limpiarse una lágrima inexistente.
A la mención de Lamberdeurneurt, la estrella de mar. Y Caligari, la esponja amarilla. Desesperación resume toda interacción en saludarlos de una cauta batida de cabeza, que sean los guardianes de este vacío endemoniado le deja claro que probablemente sean la última línea de defensa entre ella y la libertad.
<Vía
>Al parecer la señorita hambre ha arrasado con el segundo nivel del reino subatómico, devastando instalaciones alienígenas allí, e invocando seres del Más Allá.
—Repite eso–
Música para sus oídos. Pero no una sinfonía armoniosa y refinada, sino una ópera apocalíptica ejecutada con sierras eléctricas y esquirlas de vidrio.
Olvidó especificar que su "haz lo que te dé la regalada gana" venía con la cláusula "mientras a mí me guste". El libre albedrío y la falta total de moral son dos bestias que no pactan, solo colisionan.
Cierra los puños al punto de marcarse las uñas en la palma, su inseguridades le susurran al oído que cometio un error, su terca soberbia vocifera que ese es el camino que todo demonio recorre, en busca de su identidad.
Por último, todo lo que tiene por acotar al respecto es un nostálgico:
—Crecen t-tan rápido. Un día los vomitas y al otro esclavizan y reclaman vidas inocentes ¿Depravación se habrá sentido de esta forma?–
Se dice así misma, imaginando qué clase de orgullo, horror o regocijo sentiría el primer Depravación, cuando instruyó a los suyos para ejercer su individualidad en la neonata Jerusalem.
El demonio se deja caer a horcajadas sobre el suelo, a simple vista posponiendo cualquier plan de recuperar su niña, de hecho aparentaba no tener plan alguno de pararla, su política personal desde siempre fue clara: no entrometerse en el autodescubrimiento de los de su estirpe.
—Me siento vieja– Ser dejada a un lado y puesta a jugar humillantes actividades grupales es el perfecto análogo a que Hambre la abandonara en un geriatrico de la tercera edad. Con el ego gangrenado, bufo con desprecio ¿con que facultad pensaba regañar a Hambre luego de caer vencida en toda regla? Fracasar como madre dos veces, en un día, era un record hasta para ella. Ni desesperación ni bagdeleyne eran competencia a la rebeldía de esa mocosa insolente.
Pensó seriamente en resignarse. Rendirse.